
El viento soplaba fuerte y arremolinaba la hojarasca del temprano otoño, dos ovejeros mordisqueaban una pelota y corrían por el inmenso parque.
-Esos perros de mierda están arruinando todo el pasto- dijo Néstor.
Daniel asintió con la cabeza y se acerco al ventanal.
- ¿Te gusta el otoño?- preguntó Néstor.
- Un poco- respondió sin gracia Daniel. Su mirada se clavaba en el vacío.
- A mi me gusta mucho. ¿Sobre todo sabés lo que me gusta? Me gusta el Olor. Sentí Daniel. Son los fogones quemando las hojas secas.
- Sí, dijo Daniel. En su voz se percibía resignación.
- ¿Que te pasa, loco? – preguntó Néstor. – ¿No estás contento?
- Sí, qué sé yo- respondió Daniel, mientras se rascaba el brazo derecho.
- ¿Entonces? ¿Sabés cuánta gente quisiera estar en tu lugar? La meca de todo político, el premio mayor, loco. Preguntale a Aníbal.
- Sí, ya me lo dijo. – respondió Daniel. – ¿Pero sabés qué pasa? Yo nunca pensé que iba a ser así.
- ¿Así cómo?
- Así.
- No seas pelotudo, querés. – dijo Néstor.
- No soy pelotudo. Son mis amigos. Y ahora voy a tener que competir con ellos. Es terrible tener que competir con tus amigos.
- ¿De qué mierda estás hablando, Daniel?
- Del Lole, del Cabezón, del Colo.
- Ah. No lo había pensado. Claro.
Daniel miró su reloj, se volteó y salió en silencio.
Néstor se quedó frente al ventanal.
-¡Perros hijos de puta! –dijo.
Los ovejeros ya no corrían en el parque.
daniel, qué cagada, te reentiendo, a mi me pasa lo mismo
ResponderEliminarche, no es para tanto, después de los comi nos morfamos un asadazo y todo bien
ResponderEliminarsí, chicos, está todo joya, todo liso
ResponderEliminarhagamos como que es un tercero tiempo de rugby, aunque nos demos masa en el partido después no pasa nada
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