Cacho, el mayor de los
Fantaguzzi, enciende el motor de bombeador de la bicicleta, comprueba los valores
del manovacuómetro en el manubrio, mira a Tito sentado en el sidecar con las
antiparras puestas, acciona hacia adelante la palanca de cambios de un Torino
Cupe modelo ’75, y empieza a pedalear como si estuviera en el gimnasio, sin
moverse de lugar. De pronto se enciende el acelerador de protones y comienzan
su viaje en el tiempo. Destino: Buenos Aires, junio de 1810, en los alrededores del Cabildo.
- Uf, que estuvo largo el asunto
che –dice Tito, sacudiéndose el pelo.
- Si, casi nos quedamos en el
bombardeo del ’55. ¿Estás seguro que le pusiste pasto verde al tanque? –dice
Cacho, con tono inquisidor- Mirá que las pruebas del biopotenciómetro no
anduvieron bien con pasto seco, eh.
- Si…ya sé hermanito, confiá en
lo que te digo, si parecía sacado de una cancha de la Premier Ligue.
- Bueno, listo. Vamos a esconder rápido la máquina antes que
la vean –Cacho saca el control remoto del decodificador del cable y hace
desaparecer la Maquina del Tiempo.
- Che, pero que fresquete hace
acá –dice Tito, mientras caminan hacia la calle y empiezan a pasar los primeros
carros de dos ruedas.
- No desesperes, traje dos
electro-ponchos de época, que también sirven para volar llegado el caso
–entonces, el mayor de los Fantaguzzi mete la mano en una riñonera comprada en
el Once y despliega instantáneamente dos abrigos- Ahora sí, crucemos que Castelli
está del otro lado, en el Fuerte –y cuando dice esto, un carreta tuneada con
los vidrios bajos pasa por la calle de tierra haciendo sonar "I wanna be sedated" de Los Ramones, desde un megáfono que apunta hacia afuera de la ventana- ¿Vos viste lo mismo que yo, Tito?
- Si, un tipo en un carro tirado por un caballo con velas de colores en las patas y un tremendo parlante sacatímpanos ZF 3001 -apunta Tito entusiasmado.
- ¿Y no te parece raro?
- Salvo porque escuchan Los Ramones en pleno 1810, no, nada -dice Tito con naturalidad.
- Pero, no te das cuenta. Hace un rato le vendimos el fonógrafo a Newton.
- Si ¿y?
- ¿Cómo "y"? Que provocamos una paradoja espacio-temporal por la cual se adelantaron como doscientos años en su evolución musical, y esto mismo alteró el destino de millones de personas por más de cuatro siglos.
- Igual yo prefiero el segundo disco, sonaban un poco más crudos. Vos qué decís que escucha Castelli -pregunta Tito, sin preocupación alguna.
- No sé, ¿Judas Priest?
- Apostemos, yo digo The Clash.
- Hecho, Judas. Ahora vamos a lo nuestro, después vemos cómo arreglar este quilombo.
Tito y Cacho Fantaguzzi atraviesan la Plaza de la Victoria y pasan
por la feria de economía social emplazada en la Recova Vieja, a mitad de camino
entre el Cabildo y el Fuerte. Allí se cruzan con vendedores ambulantes, señoras con vestidos acampanados, barritas de chicos
que corren por la galería con pelotas de trapos, y perros que se meten entre las patas.
- Permiso, gracias, disculpe,
permiso, permiso, gracias.
“A los Frenchs y Berutis rellenos de dulce de leche. A los Saavedritas
de crema pastelera, A los Saavedritas de crema pastelera”
“A los pañuelitos con los integrantes de la Junta bordados, dos pesetas
cada uno, tres por cinco”
“Guantes revolucionarios, lleve su guante revolucionario. Hay estilo
Monteagudo con tachas de madera y dedos cortados, estilo Moreno bien cociditos”
-Permiso, permiso.
“A la leche de la Revolución, a la leche de la Revolución. Más blanca
que las medias de Belgrano, más blanca que las medias de Belgrano, patrona”
“Frutas y verduras de la Revolución bien frescas, mandarinas con la
cara de Paso y Larrea, papas con forma de Azcuenaga y Alberti”
“Coma y comente, el pan relleno que elige el presidente, coma y comente”
-Permiso, permiso, gracias,
gracias.
El bullicio se aplaca y los
hermanos inventores se acercan al fuerte.
Al llegar dos soldados que llevan auriculares escondidos en sus gorros le
impiden el paso con sus fusiles cruzados, pero logran sortearlos fácilmente con
una Playboy de mediados del siglo XIX que muestra las pantorrillas de Juana
Manso, y que dejan en sus manos. Ya adentro, pasan por las oficinas de los
distintos integrantes de la Junta hasta llegar a la de Castelli, donde Cacho
lee en la puerta:
- “Juan José Castelli. Oficina de
la Revolución. Golpee y será atendido o fusilado, que es casi lo mismo”.
Relajados Tito eh, que no nos amedrente, ¿vamos…? -en ese momento su hermano lo
interrumpe.
- Pará, ¿escuchás? –del otro lado
de la puerta suena “London Colling” de los Clash- ¿Qué te dije? Poniendo estaba
la gansa –dice Tito, haciendo el gesto de cobrar con sus manos.
- Hubiera jurado que le gustaba
Judas Priest. No sé, ese aire de come bebes crudos de Rob Halford, con
muñequeras hasta el codo y látigo en mano, me parece que le quedaba bien a
Castelli –dice Cacho decepcionado.
- A este dejámelo a mí –y
enseguida Tito golpea a la puerta. De adentro una vos grave y firme dice:
-Pase, por favor –la puerta
chirrea y Los Clash empiezan a sonar más fuerte. En el fondo de la habitación
lo ven a Castelli tirándose del escritorio al piso con un perchero como
guitarra. A un costado lleva un sable y al otro un revolver- ¿Qué tal? Esperen
un segundo que bajo la música –se acerca a un radiograbador con casetera en el
medio y parlantes a los costados, baja el volumen, después saca la cinta y se
la queda en la mano- Ahora sí.
Disculpen, es que mi primito Belgrano me trajo este cassette hace unos días y
no paro de escucharlo. Me parece que el año que viene, en el primer aniversario
de la Revolución, en vez de poner una pirámide pedorra a mitad de la plaza tendríamos
que hacer el esfuercito y conseguir que vengan a tocar a Buenos Aires. ¿En qué
puedo serles útil caballeros?
- Buenos días señor Castelli,
nosotros somos los hermanos Fantaguzzi, somos inventores y venimos a
traerle una propuesta importantísima
para el desarrollo integral del proceso revolucionario –dice Tito, adoptando un
aire de seriedad en sus palabras.
- Ajá –Castelli lo escucha
mientras intenta rebobinar a Los Clash con la uña del meñique derecho.
- Bien se trata de la primera
locomotora a vapor del mundo, antes inclusive que los británicos estén
trabajando en este tipo de transporte.
- Ajá, y que es una “locomotora”
–dice Castelli, imitando el tono.
- Es una máquina con ruedas que
gracias al impulso del vapor tiene la capacidad empujar vagones en los que
puede cargar todo tipo de materia prima, o bien puede acondicionarlo de manera
tal que las personas se muevan de un punto a otro de la ciudad, sentados como
si estuvieran en el living de su casa.
-Ajá, está interesante ¿Tienen
planos o algo por el estilo? –dice Castelli, que continua con retrocediendo la
cinta con el dedo.
- Si, si, acá mire, mire –y Tito despliega
unos rollos sobre el escritorio.
- Si, reamente interesante ¿Y
cómo dicen que construirían esta máquina? –pregunta Castelli, levantado la
cabeza y sin dejar de rebobinar el cassette con su dedo.
- Ahora le digo, pero me permite
antes que le regale un rebobinador automático, porque hace una hora que lo
estoy viendo que no le engancha a la cinta –Cacho se alarma y le advierte en
tono confidencial:
- ¿Qué hacés Tito?¿cómo le vas a
dar una birome a este tipo? la teníamos que dejar para el siglo XX.
- Tranquilo hermanito, con esto
me lo meto en el bolsillo –Castelli al
verlo cuchichear tose adrede.
- Ejjem, ejjem.
- Si, ya estamos señor. Mire como
le decía, este es un rebobinador automático. Lo coloca en el engranaje del
cassette y lo único que tiene que hacer es mover la mano hacia un lado y hacia
el otro. Ve, así –Castelli queda fascinado.
- Increíble. Muchas gracias joven
emprendedor, y en que nos habíamos quedado.
- Viste Cacho, ya lo tenemos, a
este me lo cargo como si fuera Nadal jugando en un torneo infantil- dice Tito y
se dirige a Castelli- Entonces, lo que necesitaríamos sería un crédito a tasa
fija de la Junta, a pagar en ochenta y seis meses, mas o menos, para poder diseñar el
prototipo. Una vez hecho, la Junta se encargaría de poner en funcionamiento el
sistema de rieles por los que pasaría el tren, incluidas las estaciones, talleres y hasta el pica boleto
del guarda, y cuando esté todo listo, nos hacemos cargo de la empresa, por su
puesto con una tarifa subsidiada para que los pasajeros no tengan que pagar de
sus bolsillos los costos de semejante inversión. De paso, no haría falta enviar
un tipo a caballo durante miles de kilómetros para avisar a los congresales de
las distintas provincias que se sumen al proceso revolucionario, en dos o tres
días ya tendrían la respuesta. ¿Qué le parece?
- ¿Qué me parece? –dice Castelli,
enojándose- ¿qué me parece?, que ustedes dos se están haciendo los vivos.
Quieren que la Junta les preste plata y vaya a saber uno si esta cosa va a
funcionar, y encima pretenden que toda la inversión la hagamos nosotros
mientras ustedes levantan en pala la guita de los pasajes. Saben que, lárguense
antes que haga una red de tenis con sus tripas. A los crápulas como ustedes los
conozco bien, el otro día sin ir más lejos vino un tal Edison a vender unas
lamparitas con algo llamado electricidad, un chanta bárbaro.
- Te dije que Edison nos iba a
ganar de mano –dice Cacho, confidente.
- No nos desconcentremos Cachito –y
viendo a Castelli que empezaba a cargar la pólvora de su revólver dice-: Denos
una oportunidad, Castelli.
- Ustedes se quedan bajo su
responsabilidad –dice Castelli, mientras intenta destrabar el hierro que
aplasta la pólvora.
- Piénselo, todas las provincias
comunicadas con un único puerto, Buenos Aires.
- ¡Saquen su culo de mi vista de
una vez! –grita Castelli, colérico.
- Mire le vamos a decir la verdad
Castelli –dice Tito, con tono apaciguado.
- No seas boludo. ¿Qué hacés?
- La verdad es que venimos del
futuro y queremos que el ferrocarril se invente acá en el Rio de la Plata. Por
eso le traemos la propuesta dos años antes que lo hagan los ingleses.
- ¡Ah! Encima de todo dicen venir
del futuro, tómensela al carajo –dice Castelli y empieza a disparar al techo
del Fuerte.
- Rajemos Tito no hay caso.
-En serio, sabemos su futuro.
- A sí, ¿y cuál es?
- Su muerte, no falta mucho, y va
a ser por una enfermedad en la garganta.
- Haceme reír el upite, sin
vergüenza. Yo el orador de la Revolución, con problemas de garganta –dice Castelli
y continúa con los disparos.
- Vamos dale, vamos Tito, ya fue.
Cacho y Tito Fantaguzzi salen
corriendo de la oficina, atrás los persigue Castelli con el arma en una mano y
el cassette en la otra. Ya afuera los soldados ni se percatan de la persecución
porque se encuentran embelesados viendo los codos desnudos de Juana de Azurduy.
Los hermanos Fantaguzzi despliegan los ponchos, pegan un salto y salen volando
por encima de la Plaza de la Victoria hasta llegar a la Máquina del Tiempo.
Castelli se queda en la entrada del fuerte, asombrado.
-Bueno, al menos me dejaron el
rebobinador automático –dice y se va haciendo girar el cassette en el aire.
Este fue otro episodio ocultado sistemáticamente
por la historia oficial, pero fue sobre todo una historia más de los hermanos Fantaguzzi.