Nadie sabe muy bien cómo empezó todo, pero lo cierto es que alguien en algún momento dijo basta. Alguien que se despertó con la voz del jefe en la almohada-reloj, avisándole que le quedaba menos de una hora para llegar a su trabajo, y decidió que no quería seguir viajando colgado de los estribos de los trenes solares; alguien que dejó pasar un bondi repleto para no asfixiarse con el olor a chivo del tipo de al lado, y se volvió a su casa; alguien que se asqueó de las declaraciones de funcionarios culpando a los usuarios por los accidentes, o justificado sus irregularidades, se bajó del monorriel magnético que no saldría hasta media hora más tarde.
Cuando el rumor apenas tenía forma de renacuajo en zanja, los dueños de las empresas transportistas se reían de los chupamedias que iban con el cuento de la huelga, mientras los gobernantes en sus oficinas microclimatizadas ignoraban a los asesores que llegaban lengua afuera para avisar que otra empresa más se había quedado sin empleados. Pero pronto el rumor devino en amenaza concreta, los balances empezaron a dar en rojo y los renacuajos hechos zapos, llovieron en todo el país. Nadie quería viajar, nadie quería tener un lugar a donde ir, ni a trabajar, ni a estudiar, querían quedarse en sus casas y así lo hicieron.
Desde que se descubrió la manera de aprovechar mejor toda la luz solar, la vida misma se había revolucionado. No hacía falta hacer pozos interminables hasta el núcleo de la tierra para encontrar restos de petróleo, o levantar gigantescas murallas que aprisionen el agua. Toda la energía necesaria venía de arriba, y no era joda sino una fuente inagotable. Se reactivaron industrias, el consumo mundial creció a tasas argentinas, y el neokirchnerismo se afianzó bajo la aguda lente de Daniel Mazza; un descendiente de quien fuera, en el apogeo del proyecto casi emancipatorio, gobernador de Buenos Aires, por parte de madre, y del intendente de Tigre, por parte de padre. .
En un principio, cuando todavía no era muy fuerte la huelga, pero se empezaba a sentir en las grandes ciudades, Daniel Mazza hacía conferencias de prensa retando a la población por la actitud adoptada, que no armonizaba con un país en pleno desarrollo, para luego suplicarle, a los pocos que lo veían o escuchaban, que depusieran la conducta. Pronto, ni la policía tenía a quién reprimir o coimaer, así que también se fueron a sus casas, y los gobernantes y empresarios se quedaron solos, sin ningún periodista que asista a sus conferencias, sin choferes, sin custodios, y sin la señora que le limpiaba la casa, y debieron lavarse sus canzonsillos bajo la ducha.
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