Por Horacio Dall'Oglio
2033. Sentado sobre un cajón
de cerveza en una sala de espera improvisada, frente a la puerta donde reparten
las armas, Lionel Messi mueve la pierna izquierda con ansiedad y algo de temor.
Sabe que después del tatuaje tribal que se hizo no hay vuelta atrás. Pero
también sabe que si está ahí, en un escondite de la resistencia lulista en
algún lugar del Amazonas, a punto de ofrecerse para integrar las milicias de
voluntarios que intentarán vengar la muerte de su líder y restablecer así la
Revolución Democrática, es porque se hartó del fútbol, de no envejecer, de
ganar campeonatos y premios, de batir récords, de las conferencias de prensa, y
de los sponsors.
De fondo,
desde el cuarto donde tres ancianos de la Revolución entregan las armas, suena
Sepultura con su canción Roots Bloody Roots. En las paredes de
la casilla retumban los esténcils de Lula con su barba crecida y su sonrisa amplia, generosa, y abajo la
leyenda Revolução Alegre. Mientras
Lionel escucha como Max Cavalera se desgarra la voz cantando en un inglés
áspero “te llevaré a un lugar donde
encontraremos nuestras, raíces sangnrientas raíces”, Messi se sopla el
tatuaje tribal del antebrazo izquierdo que todavía le arde y piensa en que solo
una vez había estado cerca de un arma. Cuando, al bajar del avión que lo había
dejado en Arabia para jugar un partido amistoso con la selección argentina, un
militar que lo escoltaba en el
aeropuerto, en medio del tumulto, estuvo a punto de hacerle una
rinoscopia con su fusil. Pero esto sería distinto, le darían un pseudónimo, una
contraseña y un arma, y pasaría a la clandestinidad.
Tras la
revolución del ’27 en Brasil al frente de Ignacio Lula Da Silva, la UNASUR dejó
de ser una entelequia de retóricas injerencias entre países australes y pasó a
ser, de la mano del ¡oh gran Lula!, un
sistema integrado de regiones bajo una misma bandera, donde la imaginada Patria Grande Latinoamericana se concretó por
mecanismos quizás algo más sangrientos que los pretendidos por los defensores
del llamado Socialismo del Siglo XXI, como fue la implementación en el ’28 del
fusilamiento en torno paralelo que el mismísimo Lula debió llevar a cabo con
traidores de la Revolución, apelando a los conocimientos metalúrgicos de su
juventud. Hecho que generó cierta polémica por la severidad de la pena,
inclusive entre las filas del lulismo extremo que, en los tiempos en que los
votantes de las naciones sudamericanas sufragaban cada cuatro años, tenía
representantes de distintas vertientes políticas, como Victor de Gennaro,
Emilio Pérsico, o Henrrique Capriles.
De hecho,
según un historiador de la Revolución Lulista, exiliado en Canadá por sus
posiciones críticas al régimen, el ex gobernador cordobés de la extinta
Argentina, José Manuel De la Sota, el asesinato de Lula Da Silva a manos de un
olvidado jugador de fútbol llamado Cristiano Ronaldo habría tenido un tinte
futbolístico. Para De la Sota, la verdadera finalidad de la invasión
rioplatense del ’22, durante la segunda y nefasta presidencia de Antonio Ríos,
quien fuera cantante del memorable grupo de cumbia Malagata, nada tuvo que ver
con concretar el sueño de Bolivar, San Martín y Chávez de una América sin
fronteras arbitrarias, sino simplemente hacer que el crack futbolístico Lionel
Messi jugara para la selección de lo que en su momento era la República
Ampliada de Brasil, que venía perdiendo por tercera vez consecutiva el
campeonato mundial con la albiceleste; en el 2014 jugando de local, en el 2018
en Rusia, y en el 2022 en Qatar. Si bien el historiador goza de poco crédito
académico por ser autor de obras polémicas como Origen peronista del lulismo
revolucionario, y Messi, el crack que
llevó a la invasión del ‘22, lo cierto es que Cristiano Ronaldo, que
durante una década quedó en segundo lugar en la disputa con el rosarino por el
Balón de Oro, y que terminó convertido
en galán de telenovela del cable en Turmenistán, se habría enfurecido cuando
leyó el libro de José Manuel De la Sota, y,
seducido por huestes de terratenientes a los que Lula les había quitado
la tierra en la Reforma Agraria del ’30,
habría llevado al delantero portugués a cometer el magnicidio de Lula Da
Silva cuando este se disponía a dar el puntapié inicial del campeonato regional
“Néstor Carlinhos Kirchner”, el 25 de mayo del 2033, conmemorando los treinta
años del nacimiento del kirchnerismo, que sobrevivía en el Futebol para
Todinhos que aún seguía vigente en la Revolución Democrática.
A los 46
años Messi ya podría estar retirado, gozando de la fortuna que acumuló durante
años, pegándole a otra pelotita pero subido a un caballo, tal cual lo hizo el otrora
goleador de la selección argentina, Gabriel Batistuta, cuando se enteró que sus
piernas no servían más. Pero no, algo en su tratamiento con somatotropina en su
adolescencia había tenido consecuencias impensadas. Cada día que pasaba, en vez
de envejecer, de parar la moto, de jugar en una baldosa a lo Beto Márcico,
Lionel Messi tenía piques más largos,
saltaba más alto, esquivaba más rivales en aire sin despegar la pelota del
botín, dejaba tirado más arqueros y defensores, y hacía goles en cada tiro libre que tenía.
Entonces, los periodistas deportivos, los aficionados y dirigentes fútbol,
inclusive de su propio club, el Barça, empezaron a
desconfiar de su talento, y los exámenes médicos de rutina se convirtieron en
tediosas búsquedas semanales para saber si no era un cyborg, una especie de Terminator del balompié.
Hasta que
buen un día le agarró fuerte el Síndrome Riquelme y dejó de correr en la
cancha, después dejó de entrenar y por último tiró el contrato por una ventana.
Entonces, con más tiempo libre, más sponsors aparecieron pidiéndole que haga
más publicidades, desde una aerolíneas hasta el huevito Kinder Sorpresa, todo servía
para contratarlo. Era la cara del éxito, de la humildad, de la templanza, de la
diversión, de la rebeldía y de lo que sea de haya que vender. Es ahí que empezó
a dejarse la barba a lo Lula Da Silva para no hacer más publicidades de
maquinitas de afeitar. Luego, a dejarse la panza y ya no pudo publicitar más
para las bebidas energizantes, hasta que alguien dijo que se perdía en los
bares de Barcelona tomando todo tipo de cervezas y llegaron las ofertas
millonarias de las cervecerías para que salga a la cancha haciendo malabares con una lata de birra,
pero Messi se negó. Fue ahí que se rapó y no pudo hacer más publicidades para
los shampoo anti caspa, pero enseguida aparecieron empresas que querían vender
aceites para lustrar peladas, y Messi volvió a decir que no. Todos querían
lucrar con él, hasta que otro buen día colgó los botines, donó todo su dinero a
la causa lulista, hizo una suelta de papelitos con los miles y miles de
contratos que tenía, como rememorando la antigua y perdida costumbre porteña, y se fue
a hacer trabajo social al Chaco Paraguayo.
Desde
adentro, alguien abre la puerta y la música sale como una ola imparable. De
golpe, aparece un canoso y pelilargo
Marquitos Di Palma con una ametralladora en cada mano, una bandolera cruzada en
el torso, y haciendo que dispara a diestra y siniestra. Ratatatatatatatatá, dice Marcos posesionado y se va corriendo de
la casilla. Risueño por la situación, Messi sale de su modorra y sonríe aún
sentado en el cajón de cerveza. La música se corta y una voz conocida, como
venida de la infancia, lo invita a pasar. Al entrar, con las manos atrás como
si estuviera por enfrentarse a una terna de árbitros, ve a los tres ancianos de
la Revolución Democrática esperándolo. En el centro, sentado detrás de unos
tablones de madera, sostenidos por dos caballetes enclenques, Ricardo Darín; a la a la izquierda,
repartiendo las armas, Ricardo Forster; y a la derecha, comandando el control
remoto del equipo de música Aiwa de tres compacteras y con la cara pintada de
barro ancestral, Ricardo Iorio. Messi saca su brazo tatuado y lo apoya sobre
los tablones. Los tres ancianos asienten con la cabeza.
Te
llamarás Andresinho, le dice la misma voz que al escucharla de nuevo le hace
recordar cuando, a los siete años, se sentaba a ver Mi Cuñado por Telefe con su
familia en Rosario. Tu contraseña será Gambeta, y tu arma…por favor su arma
profesor Forster, el académico se agacha filosóficamente y saca de una caja de
bananas una Penalty de doce gajos. Tu arma será esta, dice Darín y el anciano
Forster le pasa con solemnidad la pelota al actor de Luninha do Avellaneda.
Viendo la desilusión en la cara de Messi, Ricardinho Darín le vuelve a hablar
antes de tirarle la pelota. Es donde la Revolución te necesita, Leo, le dice y
hace volar el fulbo por encima de los tablones. La pelota pega en el pecho de
Lionel, que abre los brazos para recibirla, y cae muerta a la punta de su pie
izquierdo descalzo. Darín se para por encima de los tablones, y durante unos
segundos los tres ancianos se quedan embelesados viendo la quietud absoluta de la Penalty
de doce gajos, hasta que de pronto La Pulga la suelta al aire. Es entonces que
el Mesías sonríe, los saluda con la cabeza sin dejar de hacer rebotar la pelota
en su pie, y se va haciendo jueguitos para perderse en algún lugar del
Amazonas.
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