Increíbles sucesos tendrán lugar algún día de esta semana o de la que pasó. La escena es múltiple. Por un lado, un hombre que vive en Montevideo se despierta abruptamente de la siesta del sábado, en sus sueños un pez dorado y enorme lo miraba con su ojo desde la rambla. El pez habla y el hombre no tarda en advertir que el pez es ni más ni menos que el General Artigas que le da las instrucciones del año trece. De la impresión y la felicidad, el hombre salta de la cama, toma el mate y las cañas y se va echando humo arriba de su motito roja.
Del otro lado del gran estuario del Plata, un hombre mayor también despierta de la siesta, también soñó con un pez que al acercarse a la costa le habla:
-eh, bo, sí, bo. Puto.
El hombre toma su carabina y ordena al hijo que ponga el diesel en marcha, pero recapacita y toma su caña de fibra de vidrio. Loco por atrapar a aquel pez y darle muerte pasa cinco semáforos en rojo y luego choca a otro que estaba por conquistar un espacio para estacionar en la avenida costanera, frente a Aeroparque.
Ambos hombres están ya listos para tirar sus líneas de fondo y saben que el pique es mejor cuanto mas lejos de la costa llegue el tiro. El uruguayo se monta sobre su motito roja desde tres cuadras de distancia, la inclinación de la calle y los dos litros de tiner que le metió al tanque de nafta le dan una potencia sin precedentes en una 50 centímetros cúbicos.
Como un acróbata ecuestre soviético se monta sobra la motito roja, calcula la distancia mínima para frenar y sacude el latigazo. La plomada vuela y se pierde en su alineación con el sol, pero al caer emite un resplandor y el hombre uruguayo queda satisfecho pero olvida frenar su moto y también vuela por los aires al estrellarse contra la rambla. Sale ileso del agua con la caña en la mano.
El argentino ata la línea sobre una carga de mortero, calcula la angulación para lograr la mayor distancia posible y ordena a su hijo que efectúe el disparo. La línea se pierde en el cielo pero por la tensión de la tanza el hombre constata que ha caído en algún lugar. Ninguno sospecha que la corriente del río unirá a ambas líneas de pesca como el dinero hizo con el Pepe Guerra y Braulio López.
La tarde pasa sin ninguna novedad y cuando la impaciencia derrota a ambos hombres que reconsideran tirar la línea en otra dirección, las cañas se encorvan y se sacuden. Algo enorme picó en el anzuelo. Los hombres encañan pero la bestia que creen haber atrapado no cede a la fuerza y parece enloquecerse cada vez más, llenarse de rencor y rabia por el dolor del arponazo.
El argentino ata la línea sobre una carga de mortero, calcula la angulación para lograr la mayor distancia posible y ordena a su hijo que efectúe el disparo. La línea se pierde en el cielo pero por la tensión de la tanza el hombre constata que ha caído en algún lugar. Ninguno sospecha que la corriente del río unirá a ambas líneas de pesca como el dinero hizo con el Pepe Guerra y Braulio López.
La tarde pasa sin ninguna novedad y cuando la impaciencia derrota a ambos hombres que reconsideran tirar la línea en otra dirección, las cañas se encorvan y se sacuden. Algo enorme picó en el anzuelo. Los hombres encañan pero la bestia que creen haber atrapado no cede a la fuerza y parece enloquecerse cada vez más, llenarse de rencor y rabia por el dolor del arponazo.
Los demás pescadores de ambas márgenes advierten que los tipos tienen algo grande en sus líneas y como la tarde transcurre sin pique todos acuden solidariamente para asistir a los hombres. Pero mientras más tiran entre los dos extremos, más fuertes son las reacciones. En ambas márgenes, los hombres tiran tomados entre sí y ya llegan hasta ambas avenidas costaneras y el tránsito se interrumpe. Los curiosos caen como gaviotas de puerto y los automovilistas que se ven impedidos de seguir su marcha se suman a la pelea para atrapar a la gran bestia del río.
Los dos hombres arengan la lucha, el argentino recuerda a Malvinas, a los bancos del 2001, al cinco cero contra Colombia. El uruguayo sacude latigazos y lee poemas de Mario Benedetti mientras otro le sacude agua hirviendo en las patas. La psicosis social ha prendido como una mata silvestre en las márgenes del Plata. Cada vez son más los que se suman a tirar de la piola que enfrenta a dos pueblos sin saberlo.
Desde las márgenes empiezan a advertir que algo enorme por fin se acerca, que el esfuerzo y la lucha valen la pena, que cuando un pueblo se une y es guiado por líderes de extraordinaria elocuencia el límite es el cielo. La bestia parece acercarse cada vez más, tiene aletas enormes sobre el lomo pero no se mueve demasiado. Las aguas se agitan con olas gigantes y el suelo tiembla.
Desde las márgenes empiezan a advertir que algo enorme por fin se acerca, que el esfuerzo y la lucha valen la pena, que cuando un pueblo se une y es guiado por líderes de extraordinaria elocuencia el límite es el cielo. La bestia parece acercarse cada vez más, tiene aletas enormes sobre el lomo pero no se mueve demasiado. Las aguas se agitan con olas gigantes y el suelo tiembla.
La bestia se acerca cada vez más y los hombres ordenan un último tirón, un último esfuerzo para subir al último escalón de la gloria colectiva, esta vez lo hicimos todos, no fue Campanella o Zitarroza, no fue la celeste en el Maracaná o Maradona en el Azteca. Esta vez lo conseguimos todos. La muchedumbre grita mientras sucumben sus músculos. Millones de hombres y mujeres rabiando en un esfuerzo común. Las líneas ceden y todos caen al piso. Al levantarse no pueden creer la escena. El flaco de la motito roja y el milico retirado pegan un saltito y se abrazan. Durazno se junta con Esmeralda y River le gana a Peñarol ese mismo fin de semana.
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