Mis días con Mao
Era un jueves tibio de invierno en la isla y picábamos unos salamines con el Comandante. Comentábamos con sorna las andanadas de la prensa liberal contra el yanqui Nixon por Watergate, que en esos días era un escándalo incipiente. "La ingenuidad de estos chicos es sorprendente, ahora se muestran indignados, cuando hace pocos meses atrás fue reelecto por la mayoría de ellos", me dijo Fidel, que había echado al resto de quienes lo rodeaban porque quería hablar a solas conmigo.
"Barbita -así me dice en confianza-, te quería preguntar una gran duda que tengo como hombre de Estado. No sé que hacer con los chinos, ahora que Mao se está enfermando".
Me sirvió un poco de ron puro y templado, y así, como suele hacer él, me propuso que tomáramos, esa misma tarde, un avión a Beijing. Quería que los tres decidiéramos el futuro de las relaciones entre China y la isla. Me sentí sorprendido, pero sólo pude decirle que sí. Llamé a Camporita para avisarle y nos embarcamos.
No puedo comentar los que se charló en esos días, son razones secretas de Estado, pero sí recuerdo la voz grave de Mao, sus manos ajadas aunque en algún sentido extrañamente jóvenes, su enorme claridad sobre la geopolítica, que se empardaba con la de Fidel.
Traigo a cuentas esos días porque en un momento de una de las largas noches compartidas, Mao con gesto serio le preguntó al Comandante: "Fidel, porque le dices tu barbita a este". Los tres reímos a carcajadas, como estudiantes del secundario, olvidando los altos cargos que cada uno de nosostros en ese momento desempeñaba.
No hay comentarios:
Publicar un comentario