El viernes 26 de junio de 2009, Juan R. se despertó a las 6.15. Sigiloso, se bañó, desayunó con media pava de mate, preparó su bolso, Cuando cruzó la plaza, notó que sus borceguíes se incrustaban en el césped, blanco por una enorme nevada. A las 7.01 estaba en la estación. Había perdido su tren habitual por dos minutos y se sintió descolocado. Compró el gran diario argentino para amenizar la espera, pero toda estaba dominado por noticias políticas ante la proximidad de las elecciones. Se entretuvo un poco leyendo los deportes y miró el horóscopo. Se dio cuenta que faltaba solo una semana para su cumpleaños. “Cáncer: Es una semana de muchas salidas y fiestas, pero no exagere. Cuidado con el estómago. Recibirá extrañas sorpresas. Se lo notará voluble, quejoso, emocionalmente inestable, fantasioso, calculador”. El pronóstico lo intranquilizó, pero pensó que, cuando subiera al tren, ya lo habría olvidado.
En el vagón que eligió no tuvo demasiada suerte. Venía demasiado cargado y no era cómodo desplazarse entre las filas de asiento. Intentó vender algunas linternas, pero su silbido salió tibio, casi inaudible. Cuando intentó sacar algunos productos del bolso, sintió que su codo se hundía en el culo de una joven. “¿Qué te pasa, viejo de mierda, porque no te vas a hacer la paja al asilo?”, escuchó que le gritaba, casi al mismo tiempo que recibía dos cuadernos universitarios y un libro anudados por un cinturón elástico en el medio de la cabeza.
(continuará...)
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