(Una historia no apta para personas sensibles o impresionables)
Poco antes de la bajada de Hudson, uno de los hombres cabeza de acero le tapó la cabeza con una capucha negra. “No se preocupe, no le va a pasar nada”, le dijo una voz latosa. Subieron el volumen de la radio. La voz del Negro González Oro le brindaba cierto aire familiar a Juan R., atenuaba sus miedos. Se pensó en su casa, de noche, en la oscuridad, con auriculares, su esposa ya dormida al lado. Se quedó dormido. “Ahí, doblá acá”, escuchó que gritaban. Un volantazo, el chirrido de las gomas aplastándose contra el asfalto, el olor efímero a piquete. “Avisá que nos abran”. “Vamos con el tipo que nos pidieron”. “En dos estamos”. “La puerta gris”. Lo bajaron del auto, aún con la capucha puesta. Caminó con los dos hombres al costado, que lo llevaban por debajo de sus hombros. “Subsuelo dos”. Se abrió la puerta del ascensor. Sintió que caminaba por un largo pasillo, la humedad se impregnaba en su nariz. Escuchó una puerta enorme que se abría. Lo sentaron. Se sobresaltó por el ruido altisonante de lo que imaginó eran unas máquinas gigantes. “Esperá acá, quédate quietito, en un minuto venimos y te explicamos todo”. Sintió que algún tipo de elemento frío y rugoso atenazaba cada una de sus piernas (¿animales? ¿un tubo flexible de goma?) .
(continuará...)
4 comentarios:
vamos, vamos, quiero más.
me estoy quedando sin uñas...
ay, ay, ay, y ahora c{omo sigue la historieta?
basta de pajita de los setenta
los secuestradores estan buenos?
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