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martes, 18 de mayo de 2010

Radar de tránsito a dos bandas

Pronóstico del fixture vehicular, por Álvaro García Yoting

Increíbles sucesos tendrán lugar algún día de esta semana o de la que pasó. La escena es múltiple. Por un lado, un hombre que vive en Montevideo se despierta abruptamente de la siesta del sábado, en sus sueños un pez dorado y enorme lo miraba con su ojo desde la rambla. El pez habla y el hombre no tarda en advertir que el pez es ni más ni menos que el General Artigas que le da las instrucciones del año trece. De la impresión y la felicidad, el hombre salta de la cama, toma el mate y las cañas y se va echando humo arriba de su motito roja.
Del otro lado del gran estuario del Plata, un hombre mayor también despierta de la siesta, también soñó con un pez que al acercarse a la costa le habla:
-eh, bo, sí, bo. Puto.
El hombre toma su carabina y ordena al hijo que ponga el diesel en marcha, pero recapacita y toma su caña de fibra de vidrio. Loco por atrapar a aquel pez y darle muerte pasa cinco semáforos en rojo y luego choca a otro que estaba por conquistar un espacio para estacionar en la avenida costanera, frente a Aeroparque.
Ambos hombres están ya listos para tirar sus líneas de fondo y saben que el pique es mejor cuanto mas lejos de la costa llegue el tiro. El uruguayo se monta sobre su motito roja desde tres cuadras de distancia, la inclinación de la calle y los dos litros de tiner que le metió al tanque de nafta le dan una potencia sin precedentes en una 50 centímetros cúbicos.
Como un acróbata ecuestre soviético se monta sobra la motito roja, calcula la distancia mínima para frenar y sacude el latigazo. La plomada vuela y se pierde en su alineación con el sol, pero al caer emite un resplandor y el hombre uruguayo queda satisfecho pero olvida frenar su moto y también vuela por los aires al estrellarse contra la rambla. Sale ileso del agua con la caña en la mano.
El argentino ata la línea sobre una carga de mortero, calcula la angulación para lograr la mayor distancia posible y ordena a su hijo que efectúe el disparo. La línea se pierde en el cielo pero por la tensión de la tanza el hombre constata que ha caído en algún lugar. Ninguno sospecha que la corriente del río unirá a ambas líneas de pesca como el dinero hizo con el Pepe Guerra y Braulio López.
La tarde pasa sin ninguna novedad y cuando la impaciencia derrota a ambos hombres que reconsideran tirar la línea en otra dirección, las cañas se encorvan y se sacuden. Algo enorme picó en el anzuelo. Los hombres encañan pero la bestia que creen haber atrapado no cede a la fuerza y parece enloquecerse cada vez más, llenarse de rencor y rabia por el dolor del arponazo.
Los demás pescadores de ambas márgenes advierten que los tipos tienen algo grande en sus líneas y como la tarde transcurre sin pique todos acuden solidariamente para asistir a los hombres. Pero mientras más tiran entre los dos extremos, más fuertes son las reacciones. En ambas márgenes, los hombres tiran tomados entre sí y ya llegan hasta ambas avenidas costaneras y el tránsito se interrumpe. Los curiosos caen como gaviotas de puerto y los automovilistas que se ven impedidos de seguir su marcha se suman a la pelea para atrapar a la gran bestia del río.
Los dos hombres arengan la lucha, el argentino recuerda a Malvinas, a los bancos del 2001, al cinco cero contra Colombia. El uruguayo sacude latigazos y lee poemas de Mario Benedetti mientras otro le sacude agua hirviendo en las patas. La psicosis social ha prendido como una mata silvestre en las márgenes del Plata. Cada vez son más los que se suman a tirar de la piola que enfrenta a dos pueblos sin saberlo.
Desde las márgenes empiezan a advertir que algo enorme por fin se acerca, que el esfuerzo y la lucha valen la pena, que cuando un pueblo se une y es guiado por líderes de extraordinaria elocuencia el límite es el cielo. La bestia parece acercarse cada vez más, tiene aletas enormes sobre el lomo pero no se mueve demasiado. Las aguas se agitan con olas gigantes y el suelo tiembla.
La bestia se acerca cada vez más y los hombres ordenan un último tirón, un último esfuerzo para subir al último escalón de la gloria colectiva, esta vez lo hicimos todos, no fue Campanella o Zitarroza, no fue la celeste en el Maracaná o Maradona en el Azteca. Esta vez lo conseguimos todos. La muchedumbre grita mientras sucumben sus músculos. Millones de hombres y mujeres rabiando en un esfuerzo común. Las líneas ceden y todos caen al piso. Al levantarse no pueden creer la escena. El flaco de la motito roja y el milico retirado pegan un saltito y se abrazan. Durazno se junta con Esmeralda y River le gana a Peñarol ese mismo fin de semana.

miércoles, 24 de marzo de 2010

Radar de tránsito


El Pronóstico Anticipado del Fixture Vehicular
A cargo de Álvaro García Yoting


Parecerá un sueño, pero, amigos míos, lo que veremos en los próximos días será tan real como lo es la experiencia lisérgica que el vivir conjuga con los fenómenos de la mente. Su génesis será un pequeño destello de luz en el interior del tejido neuronal de un ser aproximadamente humano. Todo comenzará así:
Es de noche y un coronel del ejército mira como flotan en el agua con detergente los restos de una ensalada de lechuga, mira triste el bol rozado curtido por el sol, mira con una melancolía acostumbrada. De un trago hace desaparecer medio vaso de whisky, mientras rompe el cubito con las muelas quita el pie de la cabeza de su mujer que, tirada en el piso, se niega a decirle donde le escondió el arma con la que el coronel pensaba matarse. Gracias Susana, le dice, por tu valor decido vivir al menos un día más, mañana mi muerte será un símbolo y mi sustancia manchará la conciencia de millones de patriotas que despertarán de la narcolepsia democrática para combatir contra la infección monto-bolchevique que está matando a la patria.
Toma a su mujer entre los brazos y la lleva hasta la cama. Le hace el amor con la delicadeza que un niño aplasta entre sus manos un bollo de plastilina y mientras se come el vaso de whisky haciendo tronar las muelas piensa ya en el hedor de la carne quemada que se servirá en el campo de batalla, mañana mismo, en pocas horas nomás. Piensa en las melenas de zurdos que va a cortar con su cuchillo, uno tras otro se colgará del cuello los morrales con motivos aborígenes y en una mochila juntará los aretes de las zurdas con las que tampoco tendrá piedad.
Su ánimo belicoso no le impide dormir, al cerrar los ojos y pensar en la granada que introducirá en la boca de Dios cuando lo tenga enfrente. Un sueño profundo lo rinde a los sinuosos pasillos del inconciente. Un recuerdo, una tarde de 1960 y pico. Él conduce un tanque de guerra por una avenida adoquinada de Buenos Aires al sur, el operador de radio no logra acertar con la frecuencia, Fioravanti relata la increíble victoria de Excursionistas contra Huracán, el coronel dormido piensa, el coronel que está durmiendo piensa lo que pensó aquella tarde: -¿Fioravanti sabrá lo que está pasando hoy…? El operador de radio capta una señal débil y sucia: -Confirma 601 paso a colorado de azul, un batallón……(estática)……¿Confirma 601 paso de división de tanques livianos de azul por colorado?.......Atento comando…. El coronel siente en el sueño que tiene miedo…si papá sabe que estoy con los azules….El semáforo se pone en rojo, el coronel frena el tanque, el capitán de división es institucionalista: hay que respetar la constitución, los diez mandamientos, los mandos, las órdenes y también las normas de tránsito. Un camión de soda dobla ante él, una torre de cinco cajones con Crush se cae a la avenida adoquinada, un grupo de niños que salen de la escuela se abalanzan sobre los cajones, el chofer baja con el termo de agua caliente para reprimir el saqueo, se oye un disparo, el cabo Sciarreta acierta con su 45 en el termo, “Dejalos tano hijo de puta, no ve que son pibes”. El chofer del camioncito de soda se encoleriza, se rompe la camiseta calada con un pedazo de botella rota y se llena los pantalones con granadas, el coronel sueña que apunta el cañón contra el ítaloamericano lleno de pelos y granadas en los pantalones, sueña que el proyectil se le escapa entre las manos, que no logra introducirlo en el agujero del cañón del tanque de guerra. Un hilo de sudor helado desciende por su espalda, el chofer ítaloamericano del camioncito de soda que perdió cinco cajones de naranja crush en una esquina adoquinada al sur de la ciudad de Buenos Aires que el coronel sueña, despliega una bandera argentina y mientras se traga todas las espoletas de las granadas grita: “Bombas llenas de amor por el general Perón”. Pero el proyectil entra en el agujero del cañón, dispara el gatillo tirando de la piola que estrangula su mano y le provoca una erección. El coronel sueña que el italoamericano peronista explota por las granadas y el proyectil que acaba de disparar, tendida junto a él está su mujer que acaba de saciar la carencia sexual de una vida y media de matrimonio. Intenta abrazarlo pero el coronel se vuelve tenso como si un cura tercermundista fuera a darle la ostia, es que el sueño no ha terminado, el inconciente deja escapar del fondo de su laguna barrosa los restos que son materia del trauma: La explosión averió la oruga del tanque de guerra, la división de tanques se aleja por la avenida empedrada, el cabo Sciarreta se quita los restos de piel del italoamericano que cayó sobre él y sale corriendo hacia la caravana de tanques livianos. El operador de radio parece muerto, un pedazo de botella de crush naranja se le ensartó en el lóbulo frontal, el coronel se lo quita con las dos manos, el operador se coloca los auriculares nuevamente y toma las perillas, luego de modular por unos segundo logra una señal: ….Paso azul por colorado cuarta brigada aérea de El Palomar….confirma cuarta brigada aérea….El operador responde: ….todas las hojas son del viento porque él las lleva hasta la muerte…todas las hojas son del viento….menos la luz del sol….menos las luz del sol…Luego sale del receptáculo y se toma el 55 hasta la casa de su amigo Alberto en Belgrano. Así el coronel que sueña junto a su mujer se queda solo dentro del receptáculo del tanque de guerra liviano. La gente del barrio se acerca en actitud curiosa, el coronel sale del tanque: -Por favor, colaboren con las fuerzas armadas, esto era un ejercicio militar nomás. Un carburador de motor villa cae sobre su cabeza pero no lo desmaya, una mano gigante y llena de pelos envuelve su cogote, una vieja acerca una palangana. Cuando despierta está al revés colgado de sus piernas acalambradas por el lazo de la soga, la gente está sobre la calle como racimos de pueblo de una planta venenosa. Entiende que están enojados cuando logra interpretar su punto de vista, son caritas enojadas al revés porque él está colgado de las patas. El filo de un cuchillo lo encandila, siente algo frío que atraviesa su cuello, ya no siente el calambre en las piernas y el coronel soñando siente sueño, al mirar hacia abajo un chorro de sangre nubla su vista y se escurre como un río después de la tormenta hasta caer en una palangana rosa curtida por el sol en cuyo borde se lee “Propiedad del Frigorífico Lisandro de la Torre”.

Al otro día la ciudad amanecerá sitiada. Un senecto coronel del ejército subleva tres divisiones de tanques en Mercedes, provincia de Buenos Aires, y se dirige por la avenida General Paz hacia el barrio de mataderos. Evite la zona.

lunes, 15 de marzo de 2010

Radar de tránsito


El Pronóstico Anticipado del Fixture Vehicular
A cargo de Álvaro García Yoting


Mucho cuidado amigos, lo que parecía ser un fin de semana tranquilo puede transformarse en el canapé que sirven antes del Armagedom.
El conductor de un camión de reparto de una industria farmacéutica insiste a su compañero: “Dale Huevón, quién se va a fijar si falta un par de blister de Rogñol, no seas cagón, con vos el día se hace aburrido, si nos ponemos de pasta se pasa al toque, cuando te quieras acordar estás en tu casa tomando fernet en el corpiño de tu jermu”. El otro pelotudo accede, frenan el camión de reparto, lleno de psicofármacos y psicotrópicos el camión. El chofer corta el pico de una botella de 2.5 litros de gaseosa de lima, le ponen vino tinto con cubitos, un poco de ron, hierba buena y un blister enterito de foxeticina, otro de lorazepan, otro de risperidona, tres valium, cinco pastillas para la artrosis, dos pastillas del día después y una cafiaspirina. “Por si después nos duela la cabeza, huevón”, le dice.
Emprenden la marcha, pero al poco tiempo se rompe el aire acondicionado. El calor aumenta y el cóctel explosivo comienza a surgir efecto. Sin siquiera advertirlo ingresan al carril contrario de la General Paz, el mapa se les da vuelta y hacen el reparto en el paralelo opuesto a Capital, frenan en una escuela primaria de Tapiales, los pibes salen de la escuela, los choferes del camión ya están afectados por el mezcladito. Uno le dice al otro: “Te acordás, cuando éramo pibe y no teníamo para lo caramelo”.
Vuelan pastillas por el aire cual piñata de hijo de ingeniero exitoso, miles de pastillas de todos colores por el suelo, los pibes se amontonan, se pelean entre ellos para llevarse a la boca la mayor cantidad de ¿caramelos?
Siguen la marcha. “Pasame otro trago”. Fondo blanco, Fondo blanco, Fondo blanco. Pero el chofer no llega, un litro de esa mezcla triptonítica de vino uruguayo en saché con pastillas es mucho. El acompañante se dibujó una carita contenta entre las dos nalgas y la muestra orgulloso por el parabrisas del camioncito: “¡Mirá que rico cubanito que me voy a comer!” Se mete un supositorio de morfina, le pide a su compañero chofer que frene y le arranca a piñas el casco a un policía motorizado. Un raid policial comienza. La Bonaerense, la Poli Dos, la FEDE y la Metropol están implicadas, el camioncito se tambalea, las balas no lo detienen, tampoco los coches que vienen de frente por la avenida Rivadavia, vuelan las pastillas para todos lados, los polis se dan cuenta y cuales pajaritos que guardan en el buche para sus crías, éstos acopian píldoras para llevar a sus respectivos destacamentos, los polis se chocan entre sí, se disparan entre sí.
Los choferes del camioncito deciden unirse en matrimonio civil: “Dame un trago, dame uno y otro más, quiero morir abrazado a vos, quiero morir como borracho del tablón”. Se besan en la boca, se pasan pastillas del uno al otro, brindan con el superfermento patero, pero no se dan cuenta que enfrente tiene al Congreso, no lo advierten porque están al revés, en todos los sentidos. Un camión hidrante está apostado en Rivadavia y Combate de los Pozos; ellos frenan en Sarandí. Hay patrullas atrás y adelante, no hay escapatoria y se viene el bajón que pinta ser fuerte. “Te amo Thelma, te amo Louise”. El chofer acelera y canta: “adelante radicales adelante sin cesar, pero no tan adelante que se enoja el general”. El camioncito se estrella contra el hidrante y vuela, vuela el chofer, vuela el acompañante y la vuela puerca, las pastillas vuelan y se introducen por los agujeritos de la cúpula del Congreso, como si fueran un pin ball que paga, se encienden luces multicolores, caen las pastillas sobre los diputados, sobre los senadores, sobre las secretarias y los cafeteros, sobre los alcahuetes. Julio Cleto ingesta compulsivamente cuatro pastillas de foxeticina, mira fijo a Lilita: “te amo, te amo tontita, no me hagas pucherito que me hacés doler el corazón”. Pero Lilita llora, llora de emoción y mientras mastica un blister entero de foxeticina dice: “Tonto, lloro porque nunca nunca me sentí mejor”. Un estallido produce su unión sobre la banca de Lila. Ahí nomás deciden tener un bebé. “Este sí será el antikirschner”, dicen. Todos los dipus hacen el amor entre sí, lo senadores hacen rancho aparte. Adolfo juega a la ruleta rusa con el Chango Rossi. Patricia Bullrich llama a Patricia Walsh y le dice: “viste qué loco, yo también me llamo Patricia”. El senador Gerardo Evo Morales abre las llaves de gas de todas las cocinitas y anafes del palacio congresal, cierra la puerta con una morisqueta psicótica, se prende una pastilla de gametzane y se la mete en la boca. Avanza el vapor y el fuego de una sesión muy especial.

viernes, 18 de diciembre de 2009

Radar de tránsito, el retorno


Un verdadero monopolio del caos y el descontrol vivirá la ciudad de Buenos Aires en pocos minutos más. Usted ve ahora, sí, sí, ahora, por los canales de televisión, una tarde mansa y tranquila, hasta aburrida y achatada por las altas temperaturas. Es cierto que dicen que se trata de “otro viernes caótico en las salidas de la Capital Federal”, pero podríamos convenir que es casi un videograph de rutina, con algunas imágenes de archivo. El único que realmente está recaliente en el microcentro porteño es el tipo que vende paraguas en la esquina de Bartolomé Mitre y San Martín. “La reputísima madre que lo parió, me cago en el pronóstico del Servicio Meteorológico Nacional. Le tendría que haber hecho caso a la jabru y en vez de estos paraguas de mierda haber traído las botellitas de agua mineral”, se dice a sí mismo. Mientras observa que, efectivamente, no pudo vender ni uno. Son las 18.07 y un grupo de empleados del gobierno de Macri decide irse un par de horas antes de la oficina, aprovechando que no pasa naranja, y encaran hacia un alter hour de algún barcito de Puerto Madero. El calor los paraliza en el medio de la Plaza de Mayo, así que paran a descansar un rato debajo de unas palmeras. Se quitan sus sacos, las corbatas y las camisas. Casi todos quedan en remera o en cuero. A las 18.08 el Fino Palacios y Chamorrito vuelven juntos del baño y ven en sus monitores al grupo de diez, doce personas sobre la Plaza. “Papá, esto es una belleza, hay que poner en marcha ya a los chicos de la Metropolitana, que tienen que entrenar”, dice el Fino. Chamorro acuerda, ven que TN, Crónica y C5N están preocupados por el pulmón de Sandro, lo llaman a Eugenito Burzaco y le pegan un telefonazo a Abel Posse para que espíe desde el balcón. “Son poquitos los que están acampando, les damos masa un rato y listo, es sólo para sacarse las ganas”, les explican. A las 18.13 el escuadrón de la Metro ya está sobre la Plaza con sus machetes y las balas de goma. Los pibes del gobierno macrista no entienden nada. “Pará, bolú, que hacés, tas loco, esto es re out”, gritan, muestran sus corbatas, sus prendedores con la cara de Larreta y corren. Ante la falta de experiencia en las movilizaciones, chocan entre sí y funden sus huesitos. Los oficialitos de la Metro están chochos con su primera exhibición, hasta que ven que por Avenida de Mayo está llegando una bocha de gente de la movilización contra Posse. “Uy, rájense a la mierda, nos olvidamos de estos pelotudos”, les ordena el Fino por el Nextel. Los oficialitos corren por San Martín en dirección a Mitre. El vendedor de paraguas los observa en su loca carrera, se le salta la térmica porque sí, se refugia detrás del kiosco de diarios y comienza a tirarles sus paraguazos como jabalinas. Caen dos, tres, cuatro, ocho. Sólo uno logra pasar la línea de la calle Mitre y el vendedor sale detrás del kiosco y lo ensarta a la altura del estómago. Ve que sus manos están llenas de sangre, pero pronto se empiezan a lavar. Mira hacia arriba, en el único ángulo que se ve el cielo. Está todo negro. Se larga a llover a cántaros. “La concha de la lora, ahora los podría vender”, dice.