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jueves, 15 de diciembre de 2011

Un vicepresidente desocupado en su tercer día al pedo




De todos lados caen papeles picados y serpentinas de colores. Julio César levanta la mano derecha y saluda con cara de prócer a los jóvenes que vitorean su nombre desde los palcos repletos del Congreso, con la banda presidencial colocada. Acto seguido Cristina Fernández le entrega el bastón, y él lo recibe con orgullo mesurado. Luego estrecha su mano con la primera mandataria saliente, que se retira cabizbaja por la puerta trasera del recinto, y muestra al público el bastón con ambos brazos en alto. La ovación no se hace esperar y Sebastián Piñera propone una ola en su honor que arranca con los presidentes latinoamericanos y recorre toda la vuelta por los palcos. Se siente el fervor de la multitud que ahora ruge su apellido y tira más papeles picados que Ricardo Alfonsín se ocupa de juntar del piso para volver a tirarlos al aire. Cuando está por sentarse para decir el discurso ante la Asamblea Legislativa, le cae un poroto de soja en la cabeza que va a parar sobre las hojas preparadas. Enseguida caen más, tres, cinco, diez. Él no entiende el gesto e intenta ver de dónde vienen, pero sólo ve que los papeles picados dejan de caer y en su lugar empiezan a llover porotos de soja por todos lados, primero de los palcos después del techo. La lluvia se troca en furioso diluvio y todo el recinto empieza a inundarse de porotos. Los presentes intentar escapar pisando las bancas y cabezas que sean necesarias. Patricia Bulrrich sale de su asiento con unas carpetas, resbala y cae al piso, por atrás aparece Facundo Moyano y aprovecha para tirársele encima como si fuera el Ancho Peuchele, con el codo apuntando abajo, mientras Vicky Donda es llevada arrastras por Victor De Genaro y hace lo imposible por espantar los porotos que quieren colarse en su escote. Julio César continúa parado esperando para dar su discurso, y ve absorto que la gente empieza a tirarse desde los palcos empujados por las cosechadoras de soja que arriman sus bocas y descargan chorros de granos. Él piensa en escapar, pero desiste, es el capitán del barco y no puede rajar cual Chacho Álvarez en la primera de cambio. Ya va a pasar, piensa él, pero los porotos suben por todos lados y le llegan a las rodillas. En eso ve a Ricardo Gil Lavedra que saca unas patas de rana y un snorquel, se zambulle entre los porotos y empieza a nadar en dirección a él, pero se pierde en la marea. Las cosechadoras siguen escupiendo y la soja ahora le llega al cuello, sólo le queda al aire la cabeza y los brazos que sostienen firme el bastón presidencial. Pronto los granos llegan hasta la boca y empiezan a hacerle fuerza en el ombligo como queriendo embalsamarlo. Antes de cerrar los ojos siente que alguien le tira del bastón y le pide a gritos que lo deje. Cuando se queda sin fuerza, alcanza a ver que Luis D’Elia se lo saca mientras le grita “soltalo oligarca”. En ese momento Julio César Cleto Cobos se despierta en su casa de Mendoza y ve con alivio que empieza a amanecer.

Se sienta en la cama, se destapa las piernas, y se calza las pantuflas de tigre. Camina en bóxer hasta la cocina y se sirve agua fría de la heladera. Pasa por el living y ve que las luces del árbol navideño no titilan, espera un rato para confirmarlo, después se va hasta el estudio y se sienta en la silla del escritorio. Enciende el velador y revisa los manuscritos del libro que está preparando. Sabe que tiene que estar listo para venderlo en la Feria del año siguiente, si quiere tener unos mangos para ir tirando, pero no pasa de la segunda hoja y tampoco está de ánimo para escribir mucho, así que aparta los papeles a un lado y se cruza de manos sobre el escritorio. Mira los portarretratos en los que posa junto a su familia, los mueve de lugar, los vuelve a mirar y los pone donde estaban. Son las siete y media, en un rato abre la panadería y podría ir a buscar el pan. Va hasta el ropero, busca el equipo Diporto, se lo calza, se pone las zapatillas y las siente ajustadas, se las saca y mira sus uñas, piensa que están bastante crecidas, y que si quiere salir a correr tendría que cortárselas, pero sale así nomás a la calle. Saluda a un par de porteros que baldean las veredas con sus botas de lluvia. Lo mejor es que pase primero por el puesto de diarios así los clientes de la panadería observan que sigue muy preocupado por la coyuntura política. Para cuando vuelve a su casa son más de las ocho. Su mujer sigue durmiendo. A las nueve termina de chusmear el diario, nadie lo menciona. Va hasta el baño, agarra el set de manicura, después llena una palangana con agua tibia y se sienta en el inodoro a ablandarse las uñas, mientras espera que le baje el café con tostadas para salir a correr. A eso de las once termina de hacer el circuito corto de 5 km por el Parque San Martín. Llega a su casa, se ducha, y llama por teléfono a su mujer para comentarle que las luces del arbolito no titilan, que va a ir comprar unas, y que si quiere le agrega algo más, unas guirnaldas, o cintas, ella le dice que queda todo a su criterio. Agarra la billetera y las llaves, y cuando está por salir suena el teléfono. Rápido se vuelve y atiende, no sea que lo llamen del comité provincial, o algún cliente ansioso de contratar un ingeniero con chapa. De Salta, General Mosconi, que si quiere ir a conocer al gallo Cleto que pone huevos, es para una publicidad de agroquímicos que llevarían su nombre. Agradece el llamado, que por ahora no. En la casa de artículos importados elige unas luces que vienen con música pero a las que se les puede silenciar la melodía, mira las cintas decorativas, los distintos motivos de bolas para colgar, los gorros y botas de Papá Noel, las campanitas, los muérdagos, los ángeles de alambre, y se queda viendo una estrella fugaz que cuelga de un pesebre de yeso. Decide que es momento de irse. Antes de llegar a la casa pasa por una granja y se lleva un kilo de milanesas de pollo, en la caja le preguntan si se enteró del gallo que pone huevos, y él asiente con algo de cansancio. Mientras frita las milanesas pone el noticiero, ya son las dos de la tarde y tampoco lo mencionan. Hace un poco de zapping y se queda en TCM, justo arranca Bonanza, siempre quiso ser como el pintón de Michael Landon. Se tira al sillón y apoya la cabeza a un costado. A Hoss y a Joe los meten en cana porque son confundidos con unos pistoleros. Ya sin tantos tiros, el diálogo en la cárcel se torna aburrido y a Julio César le entra la modorra, cabecea, y otra vez aparecen los papeles picados y las serpentinas de colores.

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