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domingo, 29 de abril de 2012

Un mate amargo para el Choclo Ricardo

                                                                                                                             
Por Horacio Dall'Oglio


Era viernes a la tarde y estaba solo en la estancia, en Armostong. Toda la guriseada se había ido a la casa del Efraín a jugar a la Play 3, inclusive el Eulogio, un grandulón de treinta y ocho años, porque al parecer ya habían conseguido la actualización con Vilanova como director técnico del Barcelona, en reemplazo del Pep Guardiola, y querían probarlo. Ni mi china estaba, se había ido a con la mujer del Efraín y la de Don Segundo a festejar el divorcio de doña Julia con una reunión de Taper Sex en su casa, y una moza le iba a llevar unos juguetitos pa’ entretenerse, me había dicho la china toda contenta. 
Es ahí que yo estaba recostado en la pared interminable, casi infinita de paquetes de yerba que había armado un poco pa’ tapá’ el viento que siempre se escurre por las rendijas del galpón y otro poco pa’ no entregarle mercadería a los mayoristas así  puedo jugar con la falta de producción y le subo el precio; y es ahí que me cebaba unos amargos con un chorrito de café al coñac, pa’ amainá’ el fresquete, junto al Canuto que roncaba de lo lindo a mis pies enroscado en su cuerpo flacucho, cuando de pronto el perro se levantó como si le huguieran pinchao el tuje con un alfiler en el sueño y se puso a ladrar como loco pa’l lado de la puerta.
Al principio le dije que se callara, que no me dejaba escuchar el chamamé de la radio, pero en cuantito le empezaron a temblequeá’ las patitas flacas me enderecé, dejé en la mesita el mate y la botella de café al coñac, bajé el volumen del aparato, me levanté de la silla y desenvainé el facón en la espalda sin mostrarlo. Entonce’ vimos con el Canuto que se abría la puerta del galpón, previo chirrido de película de terror, y una sombra medio estirada se asomó por el marco y encaró pa’ donde estamos nojotro’. Las patitas del Canuto parecían que se iban a quebrar, por como le temblaban. De golpe algo de su instinto perruno le injundió coraje y se jue ladrando pa’ la puerta, pero en cuanto la sombra le rugió el Canuto salió chillando pa’ la casa.
Ya me estaba cansando el suspenso que le ponía la sombra pa´ meterse al galpón, hasta que por fin salió de la puerta un yaguareté enorme caminado despacio. “Vení, dale, vamo’ a terminar este entuerto de una vez” le dije, dándome juerza pa’ que no se note el julepe que tenía, mientras me sacaba el pocho y lo ponía en el brazo izquierdo.  El yaguareté se me acercaba un paso, y yo hacía un paso, él otro y yo lo mismo, parecía que estábamos por jugar al “pan con queso”. En eso, cuando le iba a pisar su garra con mi alpargata, el yaguareté hizo una carrera cortita, como si juera Maradona en un tiro libre, y me saltó con las uñas ajuera como en cámara lenta. Ahí nomá’ le tiré el poncho para taparle la cabeza, pero antes que llegara me hizo una guirnalda con forma de patitos unidos por sus alas con el poncho, y siguió tirándose sobre mí. Lo esperé con el facón escondido y cuando estaba listo para clavárselo en el cuello el yaguarté se dio cuenta, me pegó un zarpazo en la mano, y me tiró lejos el cuchillo.
Así desarmado como estaba, me arremangué la camisa escocesa, como si juera Silvestre Estalón en Rocky, me sequé el sudor de la nariz con el pulgar derecho y le dije: “volvé si te la aguantás, gatito”.  Pero el michifús no arrugó y se tiró de nuevo con las uñas afuera y en cámara lenta. Entonces logré agarrarle las patas delanteras y con los pies le trabé las patas traseras, y empezamo’ a rodar por todo el galpón, y salimo’ pa’ juera, y seguimos rodando, pasamos por la calle principal de Armstrong mientras las gentes veían el espectáculo, y seguimos rodando, y nos juimo’ pa’l puente Zarate Brazo Largo, y seguimos rodando y nos metimos en la laguna de San Pedro que estaba fría, y ahí empezamos a volver, rodando también, y otra vez el puente, la ciudad, hasta que llegamos a la estancia, y nos metimos con la tranquera abierta, y terminamos en el galpón recontra mareados los dos.  Cuando se nos pasó la calesita, el yaguareté, se paró en sus patas trasera’ y, todavía agitado, me dijo: “Cholo Ricardo, yo soy el espíritu de selva misionera y esto es solo una advertencia”. No entendí qué me quiso decir, así que le pedí que me lo explique de vuelta. Despue’ de resongar me dijo: “Soy el espíritu de la selva misionera y esto es solo una advertencia por estar lucrando con el sudor de los hermanos que trabajan día y noche para cosechar esa yerba que tenés apilada como si fuera un yenga gigantesco”. Miré hacia las pilas de paquetes y agradecí el cumplido con la cabeza. “Tenés hasta mañana para hacer que yerba vuelva a las góndolas de los supermercados chinos, y los almacenes de barrio. De lo contrario”, ahí el yaguarté se calló y se pasó una garra por la garganta como cortándola. Después se dio media vuelta, se fue caminando despacio, y yo me desmayé.
Me desperté de golpe con el Canuto durmiendo enroscado a mis pies. Sobre la mesa estaba la pava de hierro y el mate que todavía humeaba, la botella de café al coñac, y la radio que tiraba los acordes de un chamamé.  Miré los paquetes de yerba apilados a la perfección hasta llegar al techo, y no vi pasar ni si quiera una mosca. Me miré; tenía el poncho puesto y sano, y el facón atrás. Me levanté y el Canuto ni se dio cuenta. Miré de nuevo a donde estaba sentado y vi la botella de café al coñac vacía, me reí para mis adentros, y entendí todo. Después de un rato, vi que ya no había lugar donde poner la yerba así me jui a buscar la Toyota y empecé a cargar solito algunos paquetes de yerba hasta llenar la doble cabina. Me jui entonces con el Canuto en el asiento de acompañante, y encaramos pa’ la tranquera. Pero cuando estaba por llegar clavé las guampas y el Canuto salió volando por el vidrio de adelante. En la tranquera, agazapado, estaba el yaguareté que me hizo “ojito” con una de sus patas y se fue corriendo. 

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